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Preparar
un buen taco no es tan difícil como comérselo sin pringarse. No hace falta
saber mucho de cocina pero, como todo, tiene su ciencia.
Yo
me consideraba ya adelantado en la técnica. El toque de comino, pimientas y
salsas, aprovechar la carne de pollo o de res cocidas para la
sopa o saltear las tiras de pechuga o de puerco, el corte de
la cebolla de tamaño perfecto, pasarla por la sartén el tiempo exacto para que
quede crujiente, trocear el jitomate y aliñarlo con el cilantro cultivado
con mis propias manos ( planta delicada y caprichosa como pocas) o picar la
lechuga en juliana son técnicas que poco a poco he ido aprendiendo y
ejercitando.
Hasta
había ideado una forma de comerlo para evitar el molesto y casi
ineludible gravamen de mancharse.
Pero
he aquí que llega el enterado de mi ayudante y, sin la menor sutileza ni
prevención, me suelta que lo que yo hago no son tacos, que son burritos.
Escarnecido
y afrentado corrí a documentarme y
aumentó mi desconcierto al descubrir que lo que yo hago ni es un taco, ni un
burrito ni siquiera una fajita.
Si
alguien nos puede ayudar, por favor, que lo haga.
No
sabemos lo que nos estamos comiendo.
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