Era una noche de diciembre que presagiaba el invierno
cercano, hace ya muchos años. Dos amigos cruzan la Plaza del Castillo en busca
de cena antes de ir a descansar a un humilde hospedaje.
La evocación del Marqués de Bradomín en la vecina Estella
buscando abrigo y tentaciones en su Invierno de Sonata era
inevitable.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEig8vVUq_pM7U4M0PaLTMQEUshpHhkc31-M1l4hsFixzzKzpqGXn4mmNKg17Y2W3LA0YJk8eWG-I0PFo5dAgEloPOcr97j3y2WymGF30M8_0O_62PhK_NK8K86o1AzrUj4lpo4s-41sEX_Z/s400/WP_20160109_21_01_07_Pro+%25282%2529.jpg)
No recuerdo bien si de segundo comí trucha a la navarra o
tortilla con pimientos, pero el primer plato es lo que me quedó a mí de
aquella visita a Pamplona: hervido de acelgas con un sofrito de
ajos, prueba inequívoca de buen gusto en el comer y de fértiles vegas
cercanas.
Excelente plato y la receta … ya está dicha.
Este y otros potajes con los que nuestros abuelos
calentaban cuerpo y espíritu después de jornadas frías en el campo
hay que reivindicarlos hoy en día, cuando cocinar rápido y comer sano es
una necesidad.
Un consejo: utilizar hojas frescas con abundante penca y
cortarlas en trozos pequeños. Si se nos hace basto al comer se le puede dar dos
o tres golpes de batidora y, sin llegar a ser puré, tendrá una consistencia
como de sopa.
Más adelante hablaremos de otros hervidos.
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