"Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados y yo os aliviaré" , decía el Señor, según San Mateo.
Qué balsámica proposición y qué sugestiva y halagüeña oferta para estos
tiempos en los que tanto la demasía de trabajo como el exceso de holganza
provocan fastidio, aburrimiento y hasta enojo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVrXtMHEozg2o10-kn53JcWYpyrCZ_YtZI4EHJOpNdh3166x0lE8whVUXUJiO6zG-Mqt35URsiynpEZd7nKUt9LiRJ6TdFqqcrNqXZ9rwPwdn_U5gtaxUu2YxtPult44hVXe-Xgb2nTmrO/s400/WP_20170323_17_12_39_Pro.jpg)
Dejemos a esa parte de mis seguidores
que sigan airados su frenético rumbo y con el resto prosigo la perorata a ver cómo
enlazo yo esto con el objeto de este sitio.
En esta tradición nuestra de
duermevelas, vigilias y trasnochos, el café es un socio habitual. Su delicioso
sabor, su idoneidad para ponernos en guardia, para estimular la conversación y
para convocar a las musas, lo convierten en un aliado único en ciertos
momentos.
Pero si lo que tú necesitas es bajar el
pistón, reducir la marcha, calmarte un poco o, simplemente, disfrutar de
lo mucho o poco peleado, ya es hora de que te apliques al té.
En España, donde las señoras ni toman té si
no es cuando se desmayan y no hay por casualidad a mano manzanilla, como decía El Pobrecita Hablador hace ya más de un
siglo, las cosas están cambiando. Únete a la corriente.
Busca buenas
hojas, una buena tetera y los complementos adecuados, si es en rama. Calienta bien la tetera y el agua, ponte un buen
bocado, dulce o mejor salado, siéntate, sírvetelo con calma, mira algo bello,
no te quejes… no seas tan exigente… hay teteras muy bonitas. Leche o azúcar, si
gustas y disfruta. Repetirás.
Si lo tomas con anglosajones entérate antes del protocolo
y, sobre todo, por lo que más quieras, bajo ningún concepto, levantes el dedo meñique al beber de la taza,
eso sería lo peor, sería infausto, terrible, calamitoso; arruinaría tu
reputación en todo el Imperio Británico.
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