Parte de mi familia me
reprocha la costumbre de beber de la bota. Rústico, anticuado, ordinario,
zafio, veraneante o pueblerino son algunos de los epítetos que soporto.
No obstante, con la determinación
y aplomo del que se sabe acertado aunque incomprendido, prosigo estoico
mi defensa de esta inveterada costumbre mientras no se me acredite con
razonamientos convincentes el error.
Mis feroces detractores ignoran, sin
duda, que la bota fue encumbrada en la Literatura Moderna, muy
probablemente después de haberla empinado, por el mismísimo Príncipe de los Ingenios:
“…fiambreras traigo, y esta
bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no, y es tan devota
mía y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil
besos y mil abrazos.
Y diciendo esto se la puso en las manos
a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas
un cuarto de hora, y en acabando de beber dejó caer la cabeza a un lado …”
Sin duda, ignoran también mis
sobrios vituperadores que la bota está triunfando en Norteamérica como
adminículo característico del atavío indie y como objeto de deseo
de cualquier hipster, subgénero winelovers en
modo campo y playa.
Antes de hablar, enterarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario