domingo, 1 de diciembre de 2019

El servicio


En la comida el servicio es esencial. No es de buen provecho el alimento comido a disgusto y sabe siempre amargo el bocado arrojado con displicencia e insípido el traído con  desgana o petulancia.
La satisfacción por el trabajo bien hecho y  el cumplimiento del deber no están debidamente reconocidos hoy en día. Son los jóvenes las víctimas principales de una subcultura que exagera  los derechos,  mitiga  las obligaciones y fomenta el  atrevimiento y el descaro en perjuicio del trabajo y la paciencia. La triste cosecha de esta forma de entender la  vida está siendo frustración y desengaño prematuros.
El mal servicio en España es una epidemia y es triste ver como la formación profesional que se viene introduciendo no permite  lograr ni siquiera una atención meramente correcta en muchos casos. 
El asunto es especialmente grave cuando este país es una potencia en servicios y el turismo es una de las principales fuentes de riqueza.
El año pasado  nos presentamos sobre las doce de la mañana en un bar de un lugar turístico  y siendo los únicos clientes, una persona a la barra y otra dentro, jóvenes los dos, al solicitar algo para comer nos dieron la respuesta de que la cocina no estaba  abierta todavía. Sorprendido,  intenté ayudar al indolente mercader  que no me ofrecía alternativa alguna. Le sugerí, tras vanos intentos,  si nos podía servir algún helado del refrigerador del comedor y no le pareció mal.
Recientemente, en un pueblo muy visitado  que presume, con razón, de sus quesos de cabra y sus embutidos, en circunstancias similares, recibimos la misma respuesta concluyente de otro prometedor comerciante.
Unos días antes,  fue en una tasca que me hizo recordar las que frecuentaba cuando serví. Obligados a repetir como clientes, consecuencia de mi preferencia por los lugares poco frecuentados,  el ventero,  tras mostrarnos la carta,  nos anunciaba lo que no había ese día. Aproximadamente, la mitad.
De lo que mandábamos, por sistema, con la diplomática  frase de: “tenemos un problema” al volver  de la cocina, nos iba preparando  para anunciarnos  que “vaya, lo siento,  no tenemos esto, no tenemos lo otro …”
Ante la imposibilidad de satisfacer el variado gusto de los  comensales más volubles,  remisos a conformarse con la menguante minuta,   me atreví a sugerirle (estábamos solos, ya casi en familia, en temporada baja…): “oye, ¿no podrían hacer a estos un huevo frito con  patatas?”. Ante lo que el punto, ostentando gesto serio y profesional, me contestó: “no señor, aquí no trabajamos eso”.
Entre los maîtres, a este áspero miembro de la restauración patria,  lo declaro mi consentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario