jueves, 30 de marzo de 2017

El té

"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré" , decía el Señor, según San Mateo. Qué balsámica proposición  y qué sugestiva y halagüeña oferta para estos tiempos en los que tanto la demasía de trabajo como el exceso de holganza  provocan fastidio, aburrimiento y hasta enojo.
Seguramente, la expectación levantada en buena parte de mis lectores se verá de inmediato frustrada si añado que quien hace tan sugerente oferta propone la mansedumbre y la humildad como el camino para lograr el alivio.
Dejemos a esa parte de mis seguidores que sigan airados su frenético rumbo y con el resto prosigo la perorata a ver cómo enlazo yo esto con el objeto de este sitio.
En esta tradición nuestra de duermevelas, vigilias y trasnochos, el café es un socio habitual. Su delicioso sabor, su idoneidad para ponernos en guardia, para estimular la conversación y para convocar a las musas, lo convierten en un aliado único en ciertos momentos.
Pero si lo que tú necesitas es bajar el pistón, reducir la marcha, calmarte un poco o, simplemente, disfrutar  de lo mucho o poco peleado, ya es hora de que te apliques al té.
En España, donde las señoras ni toman té si no es cuando se desmayan y no hay por casualidad a mano manzanilla, como decía El Pobrecita Hablador hace ya más de un siglo, las cosas están cambiando. Únete a la corriente.
 Busca buenas hojas, una buena tetera y los complementos adecuados, si es en rama. Calienta bien la tetera y el agua, ponte un buen bocado, dulce o mejor salado, siéntate, sírvetelo con calma, mira algo bello, no te quejes… no seas tan exigente… hay teteras muy bonitas. Leche o azúcar, si gustas y disfruta. Repetirás.

Si lo tomas con anglosajones entérate antes del protocolo y, sobre todo, por lo que más quieras, bajo ningún concepto,  levantes el dedo meñique al beber de la taza, eso sería lo peor, sería infausto, terrible, calamitoso; arruinaría tu reputación  en todo el Imperio Británico.