viernes, 19 de julio de 2019

Duelos y quebrantos

En mi último viaje por La Mancha tuve ocasión de conocer un poco más la cocina de aquellas  tierras. La llanura, el calor y la sequedad condicionan el repertorio gastronómico aunque sería injusto olvidar hablando de La Mancha los remansos verdes donde los héroes cervantinos encontraban reposo y lugar para sus  más delirantes ocurrencias y esos viñedos donde cada año con las escasas lluvias se realiza el milagro bíblico de Caná.
Las migas de pastor, los huevos a la parva, el ajo arriero, la pipirrana,  el asadillo y sus quesos son muestras claras de una cocina rústica y sencilla pero sabrosa y característica con un aceite de oliva igualmente propio.
Pero si hay un plato que llama la atención en la carta son los duelos y quebrantos, sugerente título que ya santificó D. Miguel en el inicio de su genial novela cuyo significado es objeto de especulación para entendidos en la materia.
De su elaboración luego hablaré in extenso.
Varias son las hipótesis sobre el porqué de este curioso nombre y voy a dar yo la mía: pudiera ser que un viajero después de haber almorzado en Almagro al gusto y hora  de la tierra con variedad de manjares y abundancia del plato que nos ocupa se hubiera dirigido a Consuegra a ver su castillo y sus molinos y a pleno sol se hubiera quedado sin agua por aquellos andurriales. Pudiera ser el caso,  pero… en los tiempos de Cervantes esta apretada sincronía hubiera sido imposible, salvo caso de brujería o encantamiento.
La elaboración de tan mentado manjar es sencilla y puede que lo hayas comido antes sin saberlo: un revuelto de huevos con chorizo y tocino. Casi nada.
Rápido, sabroso, socorrido y prueba irrefutable de castellano viejo.