martes, 18 de junio de 2019

Tacos, o lo que sea




Preparar un buen taco no es tan difícil como comérselo sin pringarse. No hace falta saber mucho de cocina pero, como todo,  tiene su ciencia.
Yo me consideraba ya adelantado en la técnica. El toque de comino, pimientas y salsas,  aprovechar la carne de pollo o de res  cocidas para la sopa  o  saltear las tiras de pechuga o de puerco,  el corte de la cebolla de tamaño perfecto, pasarla por la sartén el tiempo exacto para que quede crujiente, trocear el jitomate y aliñarlo con el cilantro cultivado  con mis propias manos ( planta delicada y caprichosa como pocas) o picar la lechuga en juliana son técnicas que poco a poco he ido aprendiendo y ejercitando.
Hasta había ideado una forma de comerlo para evitar el molesto  y casi ineludible gravamen de mancharse.
Pero he aquí que llega el enterado de mi ayudante y, sin la menor sutileza ni prevención, me suelta que lo que yo hago no son tacos, que son burritos.
Escarnecido  y afrentado corrí a documentarme y aumentó mi desconcierto al descubrir que lo que yo hago ni es un taco, ni un burrito ni siquiera una fajita.
Si alguien nos puede ayudar, por favor,  que lo haga.
No sabemos lo que nos estamos comiendo.

sábado, 1 de junio de 2019

Patatas a la panadera


Cuando uno llega a la etapa mesetaria de los cincuenta,  si la diosa  Salus se lo permite, empieza a paladear la vida. Superadas felizmente las pedregosas y escurridizas laderas de  la ambición y los repechos de la frustración y el desengaño, transitamos por la altiplanicie del camino donde se aprecia igual el valor del viento fresco y del abrigo. Porque ya se ha conocido el frío, el calor, el dolor y la fatiga. A estas alturas se sabe ya que cuando no hay más remedio que transitar una quebrada, no queda otra; y que en cada encrucijada renuncias al menos a un camino.
La experiencia, el conocimiento y el juicio nos llevan al disfrute sobrio y morigerado de los placeres mundanos mientras el regusto de lo vivido nos pone el alma de tango con la nostalgia de los momentos pasados y la melancolía manriqueña nos encarece lo perdido.
Solo los que no consumieron bien los víveres caducos quieren librar a destiempo la flor primera o deflagrar sus pasiones en carbón de turba. Aquellos, discípulos  poco aplicados en la disciplina de la vida, están condenados a enlazar una madurez tardía con un declive prematuro.
Pero mientras nos acercamos lentamente a la rasante que deja ver al fondo de nuevo el mar, todavía se pueden hacer muchas cosas. Están muy recomendadas para estas edades actividades que, sin mucho desgaste, nos estimulen y no reporten placer, salud y reconocimiento: cocinar es una de ellas.
Hoy os presento un delicioso acompañamiento que casi siempre resulta escaso en los asados. Para desquitarte, prepara una buena fuente de patatas panaderas,  y que la gente se harte.
No es un plato lento de preparar: el truco consiste en  cortar las patatas finas y pasarlas por una cazuela o una sartén honda para que se sofrían a fuego lento, y luego se llevan en una fuente al horno para que queden perfectas.
Se puede variar la receta añadiendo cebolla o pimiento verde o rojo.