En mi última visita a Fuenterrabía fue
agradable recordar caminando por el paseo en el que en “Papillón” Steve McQueen soñaba correr al encuentro de su
amada y su libertad perdidas. Eran los locos años 20, una de esas épocas
que siempre precede a la crisis y al desastre, esa piedra en la que
tropezamos y volvemos a tropezar y nunca aprenderemos.
Terminado el paseo en un mediodía
lluvioso de verano el reclamo de las barras de los bares era irresistible con
su colorista pintxeo.
y con el viento mi esperanza navegaba
perdonóla el mar, matóla el Puerto.
(Gracias Lope).
Los pinchos eran sabrosos… sí,
bonitos … bueno. Tampoco es tan difícil, con buenos quesos, buen pan,
buenas anchoas y langostinos y alguna cosilla más tampoco es tan difícil… Pero…
aquello era la apoteosis de la cebolla caramelizada, viniera o no viniera
a cuento.
Para mis seguidores, los voluntariosos
marmitones de la nueva hornada, a estas alturas del curso la cebolla ya
tiene que tener su sitio en la cocina,
un lugar que nunca debe quedar desierto.
Empecemos por aclarar conceptos: la cebolla
caramelizada debe llevar un poco de azúcar y no va mal en algunos platos como en
los que llevan quesos, pero yo soy más
partidario de lo que propiamente llaman cebolla pochada ( cebolla, aceite u
otra grasa y sal; un poco de perejil , pimienta u otras especies no viene mal
según con lo que lo vayas a combinar).
Se prepara en un momento y es un
complemento insustituible para la comida rápida (salchichas, hamburguesas…) u
otros platos de carne o pescado y se puede recalentar perfectamente.
El corte de la cebolla mejor perpendicular
a su eje en láminas delgadas y cuanto más carnosa sea esta, mejor.
Que no falte en tus cuchipandas.