sábado, 30 de septiembre de 2017

La bota de vino

Parte de mi familia me reprocha la costumbre de beber de la bota. Rústico, anticuado, ordinario, zafio, veraneante o pueblerino son algunos de los epítetos que soporto.
No obstante,  con la determinación y aplomo del que se sabe acertado aunque incomprendido,  prosigo estoico mi defensa de esta inveterada costumbre mientras no se me acredite con razonamientos convincentes el error.
Mis feroces detractores ignoran, sin duda,  que la bota fue encumbrada en la Literatura Moderna, muy probablemente después de haberla empinado,  por el mismísimo Príncipe de los Ingenios:
“…fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no, y es tan devota mía y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.
Y diciendo esto se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y en acabando de beber dejó caer la cabeza a un lado …”
Sin duda,  ignoran también mis sobrios vituperadores que la bota está triunfando en Norteamérica como adminículo característico del atavío indie y como objeto de deseo de cualquier hipster,  subgénero winelovers en modo campo y playa.
Antes de hablar, enterarse.