Era una noche de diciembre que presagiaba el invierno
cercano, hace ya muchos años. Dos amigos cruzan la Plaza del Castillo en busca
de cena antes de ir a descansar a un humilde hospedaje.
La evocación del Marqués de Bradomín en la vecina Estella
buscando abrigo y tentaciones en su Invierno de Sonata era
inevitable.
Carentes de hidalguía que nos abriese un convento, como
al héroe, entramos a matar hambre y
frío en una fonda de las que ya van quedando pocas; esas que te ofrecían lo que
había, lo del tiempo, lo del terreno.
No recuerdo bien si de segundo comí trucha a la navarra o
tortilla con pimientos, pero el primer plato es lo que me quedó a mí de
aquella visita a Pamplona: hervido de acelgas con un sofrito de
ajos, prueba inequívoca de buen gusto en el comer y de fértiles vegas
cercanas.
Excelente plato y la receta … ya está dicha.
Este y otros potajes con los que nuestros abuelos
calentaban cuerpo y espíritu después de jornadas frías en el campo
hay que reivindicarlos hoy en día, cuando cocinar rápido y comer sano es
una necesidad.
Un consejo: utilizar hojas frescas con abundante penca y
cortarlas en trozos pequeños. Si se nos hace basto al comer se le puede dar dos
o tres golpes de batidora y, sin llegar a ser puré, tendrá una consistencia
como de sopa.
Más adelante hablaremos de otros hervidos.
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