Los que
consideran el camping simplemente una forma barata de viajar, solo encontrarán
en su práctica la falta de comodidades que su penuria económica les impone y
hacen muy bien en quedarse en casa quienes aseguran que para viajar así, es mejor no ir a
ningún sitio. De esta forma no estorbarán a los que disfrutamos de esta forma
de hospedaje.
Yo fui
usuario frecuente de estas instalaciones, disfruté y a veces padecí
con deportividad alguna penuria, pero el saldo siempre fue positivo. No
obstante, en los últimos años, la falta de educación y de respeto está
complicando la práctica del camping y como este blog es de cocina, aquí vengo a
parar con el disparatado uso de las barbacoas que en los campings se practica.
El gusto
por las barbacoas portátiles viene siendo una moda, seguramente
importada, muy práctica para acercar el humo y las llamas a nuestros
colindantes de forma que en otras épocas hubiera sido motivo de trifulcas
vecinales.
Es digno de
valoración sociológica cómo, hoy en día, habitantes de las más elitistas
vecindades se turnan para ahumarse recíprocamente durante los fines de semana
de primavera y verano encendiendo hogueras móviles a escasos metros de las
ventanas de sus orgullosos convecinos y es más admirable aún, cómo estos
ciudadanos soportan impasibles los olores y la humareda mientras encerrados en
sus bunkers planifican fríamente la recíproca. Y no está mal visto…
Los
desheredados de la fortuna, otrora proletariado en masa y hoy en día la
gente, carentes de los medios que les permitan un despliegue de sus
fantasías más sofisticado, con su barbacoa de oferta y el saco de cisco acuden
a campings playeros a fastidiar la tarde a los pobres campistas que se habían
propuesto pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza.
De lo que
se zampan estos practicantes del atavismo de comer asando al fuego… mejor
lo dejo para otro día; si el humo me enrojeció los ojos, ver lo que estos
energúmenos se echan al coleto me da lloradera.
19.05.16
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